Son momentos como estos en los que me pregunto "¿por qué tuve que conocerla?" y automáticamente mi cabeza me responde.
Me aburrí de aparentar frialdad, indiferencia y sobre todo valentía, cuando en realidad hoy soy todo lo contrario. No me sirve comunicarte mi odio, ya que es inexistente. No me gusta gastar neuronas en discursos imaginarios que jamás escucharás, porque lamentablemente no lo mereces y eso es lo que más me parte el cuerpo.
No me gusta la imágen que tengo de tí, no me gusta recordarte así... ya no me gusta recordarte de ninguna forma. Va más allá de un "no me gusta", va directo al pecho, va directo al alma y a mis ojos. Creo que subestimas el nivel de compromiso que tengo/tenía contigo... creo que jamás te sentaste a pensarlo como yo, todas las noches. Y menos pudiste sentirlo como yo, todas las noches.
Hoy tengo que hablarme cálidamente y hacerme entender que los latidos deben parar. Hoy debo cortar mis manos para finalmente soltar las tuyas.
Hoy mi "no quiero" da lo mismo, tal como el tuyo también lo dió en algún momento y hace unas semanas recién pude entenderlo, es por eso que esto sabía tan distinto a todo lo anterior... pero tú no quisiste saborearlo por miedo a envenenarte y ahora estoy aquí, con una sobredosis de lo que planeaba darte y con la mano aún extendida esperando que en estos segundos te acerques a creer en mí. El problema es que sé que no vendrás y aún así no puedo resignarme. Pasaría aquí toda la vida, con mi mano extendida y los ojos cerrados pero debo recordar que el amor propio no es sólo un concepto inaplicable en mi vida.
¿Conclusión?: Me voy con la mano en mi bolsillo, obligándome a no extenderla jamás de nuevo y borrando todo recuerdo humillante.
Prefiero llorar por tí, que por mirarme al espejo y darme pena.
Hoy es distinto e igual, distinto como lo mío que quería darte, e igual a lo que no quisiste darme.